miércoles, 26 de enero de 2011

Jason, el ocupa de enfrente (capitulo 4: Su verdadero nombre)

Día de franco. El día en que supuestamente uno hace todas las cosas que otros días no puede hacer. A menos que estés en ese estado en que tenés ganas de hacer de todo, pero no podés levantarte de la silla.
Bueno, yo estaba en ese estado hoy a la mañana. Quería hacer de todo, pero no tenía ganas. Es raro, porque me estoy quejando toda la semana porque no tengo tiempo para nada, pero cuando lo tengo, me siento a hacer zapping y hasta ahí llega mi actividad. Es una lástima porque después me termino arrepintiendo. Así que tomé los auriculares y salí a caminar un poco para despejarme y pensar. Quizá de esa manera se me ocurría que hacer.
La calle estaba llena de gente. Obviamente, ya que era día de semana. El sol pegaba bastante fuerte aunque era temprano. Decidí caminar un poco más e ir hacia una plaza que había cerca a tomar un poco de sol. El parque estaba lleno, pero logre encontrar un lugar para sentarme. Decidí no tomar sol al final porque para cuando llegue estaba demasiado fuerte y no había llevado protector solar. Asique me senté debajo de un árbol para estar en la sombrita. El pasto estaba bien verde y recién cortado. Me deje llevar por ese aroma y me sentí sola en el mundo. El viento me despeinaba, estaba bastante fuerte. Me venían todos los perfumes de los bronceadores que usaba la gente que estaba tomando sol cerca de mí. Y me creí en la playa durante un momento. Y sentí que todas mis obligaciones desaparecían, y era libre de hacer lo que quería, y corría y bailaba y hacia cualquier cosa que se me ocurriera, sin pensar en nadie más que en mí. Fui egoísta, ya lo sé. Pero fue lo que pensé en ese momento.
Me sentí un poco hambrienta así que me levanté y decidí volver a casa para prepararme algo. Llegué toda transpirada. Cuando abrí la puerta me paralicé. Mi corazón empezó a latir con fuerza. Y sentí una punzada en los pulmones. Había un sobre blanco en el piso, con mi nombre escrito en letras grandes. No sé porqué pero presentí que era de Jason. Me lo imagine parado en la vereda. Mirando la puerta de mí casa. Quizás esperando que abra la puerta. Y yo en vez de quedarme en casa como hago siempre, me fui a caminar. ¡Qué estúpida que fui! O quizás simplemente vino y tiró la carta por debajo de la puerta. Tal vez vino porque me vio irme. En ese caso, salir a caminar fue lo mejor que hice en estos días.
Me abalancé hacia el sobre y lo abrí desesperadamente. Dentro había una hoja de papel escrita en máquina de escribir. Mi nombre de pila como título. No pude leerlo. Dejé la hoja en la mesa y me senté en una silla. Me quedé sentada mirando la hoja.
Se quedó sentada mirando la hoja, sin poder moverse. Quería leerla, pero tenía miedo de lo que podía encontrar. Pensó que quizás era una carta de despedida. O una nota como la que le arrojó desde la construcción la otra noche. Decidió no hacerse más preguntas. Se levantó y tomo la carta.
“Valeria:
                Sé que no me presenté correctamente y que te hice sentir un poco incomoda, hasta incluso observada. No soy una mala persona. Solo te observo por razones que quizá nunca entiendas. Solo intento protegerte. Por favor no me pidas que te explique el por qué de las cosas que hago. No quiero perturbar tu vida. Por eso hago lo que hago, alejado. No intentes buscarme o alcanzarme cuando me veas, porque no lo lograrás. Olvidate que existo. Borrá de tu mente las veces que me viste. Seguí tu vida como si nada hubiera ocurrido. Nunca me viste desde la terraza de tu casa. Nunca te salvé de aquel accidente. Nunca te mande esta carta.
Adiós.”
Valeria no podía ni respirar. Cuando terminó de leer la carta la rompió completamente. Esparció todos los trocitos de papel por el aire y tirando manotazos. Estaba furiosa. Comenzó a gritar desaforadamente y se arrojo al suelo y revolvía los pedacitos de papel mientras lloraba. No lograba entender porque se atrevió a hacer una cosa así. Después de las veces que la siguió y la vez que le salvó la vida. Como se atrevió a mandarle una carta pidiéndole que ella lo olvide a él. Él la acosaba, la seguía, la observaba. ¿Y ella debía olvidarlo? Realmente estaba furiosa. Pero también estaba triste, porque nunca imagino un final así. Cuando vio la carta al entrar en su casa, imagino una declaración de amor, una carta llena de sentimientos. Se desilusionó tanto que decidió irse a dormir. Sin comer. Aunque tenía hambre y no sueño. Solo quería recostarse en la cama y no levantarse nunca más. Caminó hacia su habitación al final de un pasillo que comunicaba el comedor cocina, el baño, la habitación y la escalera hacia la terraza.
Era una casa estilo “chorizo”, así la llamaba. Una habitación principal en el centro y las demás habitaciones y el baño comunicados por un pasillo largo. Este no era tan largo, pero igualmente ella lo llamaba así. Era una casa bastante antigua, pero Valeria la tenía en buen estado. En el comedor, una mesa redonda de madera cubierta con un mantel antiguo de lino, bordado a mano. Regalo de su abuela. Cuatro sillas alrededor, con flores talladas en el respaldo, con las patas curvas. Las paredes pintadas de color cremita, con algunas flores pintadas de distintos colores, ubicadas de forma dispar en la pared que no tenía ningún mueble apoyado. En la cocina, una mesada de mármol granito gris. Una canilla muy vieja y oxidada, azulejos blancos con manzanas y peras. Alacena y bajo mesada de madera rustica sin pulir. En otra pared la heladera y una mesita con velas, porta sahumerios, y un buda pequeñito. En el pasillo que comunicaba las demás habitaciones había colgados cuadros de distintos artistas no conocidos. Todos eran distintos, no pertenecían al mismo tipo de pintura, uno era abstracto, el otro un retrato, otro un paisaje. Del techo caían llamadores de ángeles y cazadores de sueño por doquier. En la mayoría de las esquinas había alguna fuente o velador de pie, o un duende posando sobre la pared, encima de alguna mesita cuadrada. En el dormitorio, no muy grande pero si con el techo muy alto, un ventilador de techo lleno de pelusa y polvo creaba figuras en las paredes por la sombra que generaba al estar más abajo que la luz que iluminaba dicha habitación. Valeria nunca entendió por qué alguien pondría luces spot en el techo de una habitación antigua y después un ventilador de techo de madera tallada con figuras y amarrado al techo con cadenas de bronce. “Algo que no combina para nada” en palabras de Valeria. Una gran cama de dos plazas ocupaba la mayor parte del espacio, junto a un ropero de tres puertas, y un espejo de cuerpo entero de pie, colocado sobre una de las esquinas. Una enorme ventana que daba a la calle dejaba plasmada sobre el piso y la cama una figura horrible, ocasionada por reflejarse los rayos del sol sobre las rejas.
Cerró las cortinas y bajó la persiana. Se dejó caer sobre el acolchado cual bolsa de papas. Se quedo mirando el techo, al ventilador moverse. Todo empezó a dar vueltas y sus ojos comenzaban a pesar. El aroma a vainilla del hornito que puso al entrar en la habitación comenzaba a sentirse, y logró relajarse aun más. Ya no recordaba por qué estaba furiosa. Ya no recordaba estar en su cama, en su casa. Ya no recordaba quién era. Ahora cantaba y danzaba al caminar. Estaba en la playa, el aroma a mar y a vainilla reinaban en el aire. Del cielo llegaba un viento cálido. Volteó la cabeza, estaba recostada sobre la arena ahora, y miraba el mar. Caminando del océano apareció Jason cubierto de algas y caracoles. Se acercó hacia ella y se sentó a su lado.
-          Siento hacerte esto. Yo solo quiero ayudar, pero siempre me sale mal. Lo siento de verdad
-          No lo sientas
Se miraron a los ojos sin decir nada más. Él se levantó y volvió al mar. Se convirtió en agua otra vez.
Valeria abrió los ojos. Estaba recostada en su cama. Su estomago hacia ruido, recordó no haber comido. Se levantó y abrió la persiana. Ya no había tanto sol y se preguntó por cuánto tiempo habría dormido. Miro su reloj de pulsera, ya eran más de las cinco de la tarde. ¡No lo podía creer! Se dirigió a la cocina para prepararse algo de merendar. Se preparo una rodaja de pan con queso blanco y mermelada y un vaso de leche blanca. Coloco todo sobre la mesa y fue a encender la radio que estaba en un estante debajo de la mesita al lado de la heladera. Puso radio Disney en el dial. Cuando levantó la cabeza para volver a pararse vio en el piso un sobre.
¡Otro sobre! No lo podía creer. Cerré los ojos y los volví a abrir. Quizás estaba teniendo visiones. Todavía estaba media grogui por el sueño. Un sobre igual al de hoy al mediodía, con mi nombre escrito en letras grandes. Lo levanté del piso y me senté en la mesa. Tomé un sorbo de leche y abrí el sobre. Esta vez con más tranquilidad, ya podía esperar cualquier cosa después de la carta anterior. Pero cuando la abrí todo cambió. Ésta era totalmente diferente. Me sentí flotar mientras leía las pocas palabras que decía. Era como despertarse de un sueño hermoso y darse cuenta que la realidad es mucho mejor. Mi corazón latía con mucha fuerza y mis manos temblaban. De repente me recuerdo corriendo hacia la terraza. Quería saber si estaba enfrente. Pero no. Bajé al comedor, tome mi merienda y la coloque en una bandeja y subí otra vez. Me quede allí hasta que anocheció. Seguramente aparecería. Pasaron varias horas pero seguía desierta la construcción. Ya era de noche y al otro día debía levantarme temprano para ir al hospital así que fui al baño, después comí una ensalada que tenia del día anterior en la heladera, luego me bañé y acá estoy, en mi cama escribiendo, con la carta al lado mío. Y ahora que ya sé su nombre, quiero seguir llamándolo Jason, mi Jason. Y termino mis notas del día de hoy reescribiendo la carta, la única que me importa.
“Valeria:
            Lamento mucho lo que escribí anteriormente, cambie de opinión. Te espero mañana en “Café & bocadillos” a las nueve de la noche. Calle Francia nº 1832. Si no vienes lo entenderé. Si vienes no esperes que responda todas tus preguntas.
Hasta mañana,
Gabriel. “

lunes, 24 de enero de 2011

Verde

Su estupidez e inseguridad
No lo dejaron actuar
Sentía rabia
También amor
Se fue

Con el otoño llego
El cambio
Caían como si nada
Una tras otra
Y sonreía

Un torbellino de sentimientos
Daba vueltas y vueltas
No podía parar
Y en la cama
Un teléfono sin voces
Acercaba lo lejano

Pero más tarde
Se dio cuenta
No todas habían caído
Las peores quedaban

Un día tuvo que dejar pasar
Para darse cuenta de su error
Nadie entenderá el porqué
Solo él lo sabe
O no

El vacio en su estomago perdura
Cosquillas
Palpitaciones
Temblores
Miedo

En verano ahora
Todavía hay hojas sin caer
Todos las tienen
Todos las retienen
Pero no las quieren
Ellas se aferran y
Su veneno marchita

¿Seguirá caminando solo?
¿Pensando en lo que habría sido?
¿Esperará ese viento?
¿Aunque sabe que quizá nunca llegue?
O volverá
Y se sacudirá el mismo
Para dejar caer las hojas marchitas
Y así poder estar
Como siempre quiso

Verde

lunes, 10 de enero de 2011

Jason, el ocupa de enfrente (capitulo 3: "¿El ángel de la guarda?")

Hoy voy a contar como me salvaron la vida. Como Jason me salvó la vida. Le digo Jason porque cuando lo vi por primera vez me dio miedo, y por cómo estaba vestido se parecía al personaje de la película de terror. No sé si algún día podre hablar con él. Pero me gustaría.

Hoy cuando estaba por cruzar la calle yendo al hospital. Como siempre que decido bajarme un par de cuadras antes para caminar un poco me pongo los auriculares para escuchar música, iba alejada de todo sonido de la ciudad. Solo yo y mi música. Está mal, ya lo sé. Pero me gusta. Iba comiendo una barrita de cereal porque sabía que no iba a tener mucho tiempo después para almorzar algo como la gente. Ya estaba llegando un poco tarde asique comencé a acelerar mi marcha. Cuando estaba por cruzar la calle, con un pie sobre el asfalto, veo hacia la izquierda un colectivo que viene a toda velocidad hacia mí.  Debería haber visto hacia los lados antes de cruzar, pero como estaba escuchando esa canción de Alex Ubago  que me encanta, y que me hace recordar a Jason “Me muero por conocerte, saber qué es lo que piensas…” tarareando y caminando, no miré. Cuando lo hice ya era tarde, el colectivo estaba a varios metros a punto de llevarme puesta, y yo me quedé paralizada, no pude moverme. Ahí fue cuando sentí que me agarraban el brazo y me tiraban hacia la vereda. Todo paso en un segundo, el golpe de mi caída me había hecho pensar que el colectivo me había atropellado. Tarde un par de segundos en volver a pensar con un poco de claridad. Y lo vi que se iba corriendo. Era él. Era Jason. Ahora mi salvador. Mi ángel de la guarda. Me levante lo más rápido que pude y empecé a correr. El corría demasiado rápido pero pude acercarme bastante y le grite “¡Esperá! ¡No te vayas! ¡Quiero hablar con vos! ¡Me salvaste la vida! ¡¿Por qué te vas corriendo?!” por un segundo dio vuelta la cara y me miró. Mucho no pude verlo, porque estaba ya más lejos, pero vi que tenía la barba cortadita, una gorra azul, y por más que estaba lejos sentí que sus ojos se clavaron en mí. Tuve que parar de correr porque ya no podía más. Un burbujeo dominaba mi estomago. Sentí como mis mejillas se ponían coloradas. Frené del todo y me quede parada mirando cómo se alejaba.

Volví a caminar hacia el hospital y me di cuenta al llegar que cuando Jason me tomo del brazo para salvarme, me caí al suelo y me lastimé. Estaba tan preocupada por alcanzarlo y darle las gracias que no me percate que tenía la rodilla lastimada y estaba sangrando. Me cure la herida y comencé mi día laboral, no sin dejar de pensar en el.

Le conté a mi amiga del hospital lo que me había pasado. No entendía nada así por parte, así que cuando tuvimos un ratito libre nos sentamos en la enfermería a tomar un café y le conté todo desde el principio. ¡Estaba que echaba humo! No paraba de repetirme que estaba loca y que ese tipo podía ser un asesino o algo así. Que me estaba siguiendo y que yo no hacía nada. Que encima parecía que me estaba enamorando de ese tipo. Obviamente negué todo tipo de sentimiento amoroso para con Jason, pero ella no entraba en razón. “Si me salvó la vida no creo que sea un asesino” le dije.

-Estás loca. Definitivamente – le dijo lucia cuando salía de la enfermería- Nos vemos mañana, ya termino mi turno, ¡cuídate! No seas tonta.


Más tarde en su casa, en su terraza. Seguía pensando en él. Mientras escribía lo que le había pasado, se tomaba un par de minutos para mirar hacia la construcción de enfrente para ver si aparecía su ángel de la guarda. Terminó de escribir, pero no apareció. Acabó su vasito de Gancia, fumo otro cigarrillo y bajo a su casa para acostarse a dormir.