lunes, 20 de diciembre de 2010

Jason, el ocupa de enfrente (capitulo 2: "No me vuelvas a seguir")

Valeria no podía dejar de pensar en él. Habían pasado ya tres días desde la primera vez que lo vio enfrente de su casa esa noche. Solo lo había visto una vez, no comprendía porque no se lo podía sacar de la cabeza.

Un día complicado en el hospital me toco hoy. Así empezó el primer párrafo de Valeria.
Para empezar, llegue tarde. Paro de trenes. Tuve que hacer una cola de casi una cuadra para tomarme el colectivo que me dejaría a 15 cuadras del hospital, el cual además de tardar una eternidad, venia lleno de gente y no pude subir. Recién al tercero de ellos pude subir. Ni hablar de ir sentada. Cuando llegue la cosa no mejoró. El paro de trenes terminó mal, la estación de constitución había sido destruida casi por completo por una banda de malvivientes,  y gente que no tenía nada que ver termino en el medio de la pelea y resulto herida. Más de cincuenta ingresados por cortes con armas blancas y vidrios, quemaduras de segundo y tercer grado por bombas molotov,  piñas, patadas, etc. No había lugar para tantas personas al mismo tiempo, así que fue un caos. Y ni hablar de los ingresados con heridas de bala de goma.
Estuvimos corriendo de un lado para el otro las pocas enfermeras que habíamos ido. Ni tiempo para almorzar tuvimos. Después a la tarde se calmó un poco la cosa. Por suerte aparecieron un par de enfermeras más, que habían podido viajar después de que termino toda la cuestión del transporte público, y pude salir a comer algo.

Una ensalada de frutas. Fue lo único que pudo conseguir en cuatro cuadras a la redonda. Se sentó en la placita en frente del hospital. Bajo un arbolito. Estaba exhausta después de semejante mañana. Lo único que quería era sentarse dos minutos por lo menos, a disfrutar de un poco de aire puro. Cuando termino su ensalada de frutas, se levantó, camino un poco por la plaza y se dirigió de nuevo hacia el hospital. Pero antes de cruzar la calle alguien le chisto desde la esquina. Miró hacia el costado para ver quién era, pero no había nadie. Le pareció raro que la calle estaba tan desierta. No había nadie. Solo ella. Un silencio sospechoso reinaba la cuadra. Cuando fue a cruzar la calle vio salir del kiosco de mitad de cuadra a un chico, que después de tropezarse con una señora gorda salió cuasi corriendo. Parecía muy nervioso.
Sin darse casi cuenta de lo que estaba haciendo, Valeria comenzó a seguirlo por la vereda de enfrente. El muchacho caminaba, luego corría, ella corrió también. En un momento se detuvo en seco en una esquina. Estuvo parado más de dos minutos sin moverse. Miro a sus costados como percatándose de que nadie lo seguía, ¿se habrá dado cuenta?, pensó Valeria. Entonces cambió de rumbo y comenzó a correr nuevamente. Las ganas de seguirlo eran inmensas, y no sabía el porqué. Ni siquiera lo conocía. Sacudió la cabeza como tratando de que se le acomoden las ideas por el sacudón. Dio la vuelta y volvió al hospital. No sin dejar de pensar el porqué había tenido ese ataque repentino de fisgona.

A la tardecita estuvo todo más tranquilo. Después de salir del hospital, fui a comprar para comer algo y acá estoy. Después de cenar, como casi todos los días, con mi copita de Gancia y mi atado de cigarrillos, escribiendo lo poco que se me ocurre de mi aburrida vida.

Cuando Valeria creyó que su día había finalizado y levantó la vista de su NetBook para levantarse e irse a acostar, lo vio de nuevo.
Parado, inmóvil. Mirándola fijo. Otra vez había estado siendo observada por ese hombre. Una extraña sensación recorrió su cuerpo. Quería gritarle, preguntarle qué demonios quería. ¡¿Porque la espiaba?! Tomo fuerza y se levantó de la silla. Se dirigió a la cornisa de la terraza para verlo más de cerca. No dijo nada. Se quedo quieta, parada mirando hacia adelante. Estaba aterrada, no sabía qué hacer.
En ese momento se movió, el hombre se agachó, tomo una piedra y la arrojo hacia la terraza de Valeria. Cayó justo en los pies de ella. Inclinó la cabeza y vio que la piedra estaba cubierta por un trozo de papel. Se agacho para recogerlo. De cuclillas en la cornisa de la terraza de su casa, leyó lo que el papel envuelto en la piedra decía. Sin levantarse del piso miro hacia el edificio en construcción nuevamente. No había nadie. Otra vez. Desvanecido en un segundo.
En ese momento una lechuza paso por donde ella recién estaba parada chillando y aleteando a toda velocidad. Su corazón casi se le sale por la boca. Se levantó. Tiro el papel a la calle, recogió sus cosas y entro para acostarse a dormir.

En la calle, un silencio nocturno que pocas veces se sentía. Un farol en cortocircuito alumbraba la cuadra en periodos de diez o quince segundos por vez.  Y un papel tirado en la zanja, consumiendo de a poco sus letras negras por la oscuridad del agua, que hacía pocos minutos se dejaba leer: “No me vuelvas a seguir

1 comentario:

ALBIN dijo...

amigo, leí la copia y se me ocurrieron alguna correcciones. Tené en cuenta que cada quien posee su estilo.

capítulo 2: “no me vuelvas a seguir”

Valeria no podía dejar de pensar en él, habían pasado tres días desde que lo vio enfrente de su casa, fue sólo aquella vez y no lograba comprender porqué no podía quitárselo de la cabeza.

–Hoy me tocó un día complicado en el hospital–, fue el primer párrafo que escribió, –empezó con la llegada tarde por el paro de trenes, tuve que hacer una cola de casi cien metros para tomar el colectivo que me dejaría a quince cuadras del hospital, encima los dos primeros ni pararon porque venían llenos, recién en el tercero logré subir, y ni hablar de sentarse. Cuando al fin llegué la cosa no mejoró, la huelga terminó mal, en Constitución hubo enfrentamientos, la policía reprimió, y gente que no tenía nada que ver quedó en el medio de los incidentes resultando herida. Tuvimos que atender a más de cincuenta ingresados por cortes de arma blanca y vidrios, contusos por pedradas, también quemaduras de segundo y tercer grado producidas por las molotov que lanzaban esos desquiciados. No había lugar para tantos al mismo tiempo, encima después llegaron los afectados por balas de goma. Un verdadero desastre. Las pocas enfermeras que habíamos podido llegar estuvimos corriendo de un lado a otro, no hubo ni tiempo para el almuerzo. Por suerte, a la tarde se calmó un poco la cosa, y aparecieron un par de compañeras que recién pudieron viajar una vez terminado el conflicto. Entonces me tomé unos minutos para salir a comer algo.

Una ensalada de frutas, fue lo único que pudo conseguir en cuatro cuadras a la redonda. Se sentó en la placita frente al hospital, bajo un árbol. Estaba exhausta después de semejante mañana, lo que necesitaba era estar allí algunos minutos a disfrutar del aire puro y tranquilizarse. Terminó su ensalada y caminó un poco por el lugar, luego se dispuso a regresar. Pero antes de cruzar la calle escuchó un chistido, miró a uno y otro lado pero no había nadie, le pareció raro que la calle estuviera desierta, como si hubiera quedado sola en medio de la ciudad. Reinaba un sospechoso silencio. Dio tres pasos y divisó a mitad de cuadra a un chico saliendo del quiosco, tan apurado que se llevó por delante unas bolsas de basura, luego salió corriendo, dando muestras de nerviosismo. Sin darse cuenta de lo que hacía, Valeria comenzó a seguirlo por la vereda de enfrente. El joven caminaba de a ratos, después corría, ella, a cierta distancia, hacía lo mismo, olvidada ya del cansancio que fue reemplazado por la curiosidad. De pronto, aquel extraño personaje se detuvo abruptamente en una esquina, inspeccionó los alrededores como verificando que nadie lo seguía. Ella también detuvo su marcha forzada, ocultándose tras una parada de diarios. “¿Se habrá dado cuenta?”, pensó Valeria. Pero ya el chico recomenzaba su carrera, cambiando de rumbo. Las ganas de seguirlo eran inmensas, y no encontraba razones; ni siquiera lo conocía. Sacudió la cabeza tratando de acomodar el desorden de sus pensamientos, luego pegó la vuelta rumbo al hospital. Seguía preguntándose el porqué de ese ataque repentino de fisgona.

(hasta aquí llegué, saludos)